El impacto del confinamiento en los adolescentes
El aislamiento y las restricciones de movilidad han agravado el ya preocupante estado de la salud mental de los jóvenes chilenos.
Especial preocupación ha causado el impacto de la pandemia en la salud mental de la población chilena debido al aislamiento social y las restricciones de movilidad y de reunión. Y uno de los grupos más vulnerables es el de los jóvenes.
Según la UNICEF, a nivel mundial a lo menos uno de cada siete niños, niñas y jóvenes ha vivido confinado en el hogar durante gran parte del año producto del coronavirus, lo que supone un riesgo para su salud mental. Asimismo, la mitad de los trastornos mentales surgen antes de los 15 años y el 75 por ciento ocurren al principio de la edad adulta.
En Chile el contexto pandémico ha incrementado los malos indicadores de salud mental, que ya presentaba deficiencias desde antes de la llegada del coronavirus al país.
“Los últimos datos de salud mental de niños, niñas y adolescentes son muy preocupantes”, alerta el biólogo Marco Fuenzalida, director del Laboratorio de Plasticidad Neuronal del Centro de Neurobiología y Fisiopatología Integrativa (CENFI), de la Universidad de Valparaíso (UV).
El también académico del Instituto de Fisiología de la Facultad de Ciencias de la UV, quien ha centrado su línea de investigación en tratar de entender el funcionamiento del cerebro y encontrar nuevos blancos terapéuticos para diferentes enfermedades neuropsiquiátricas, adelanta que en nuestro país entre un 16 a un 18 por ciento de los adolescentes de 12 a 18 años presenta un trastorno mental. También se refiere a los niños y niñas y adolescentes que están bajo el Servicio Nacional de Protección a la Niñez y Adolescencia (ex Sename), donde el riesgo de suicidio alcanzaría al 45 por ciento.
“Llevamos más de un año de confinamiento y los jóvenes han perdido el contacto con amigos, las rutinas básicas han cambiado y el nivel de estrés al interior de los hogares se ha incrementado. También hay problemas de maltrato verbal y físico, y todo eso va a tener un efecto bastante grave en la salud de los jóvenes”, manifiesta el científico.
Marco Fuenzalida explica que a pesar de que pesa casi lo mismo (entre mil 300 y mil 500 gramos), el cerebro de un adolescente es bastante distinto al de una persona adulta a nivel funcional. De hecho, el paso de la adolescencia a la adultez no conlleva un gran cambio de volumen de este importante órgano, sino una conectividad de las redes neuronales más eficiente.
Siguiendo sus palabras, el comportamiento arriesgado e impulsivo, que frecuentemente se asocia a la etapa de la adolescencia, se produce por un desfase entre la maduración de la zona vinculada a las emociones, que se conoce como amígdala, y el área que está a cargo de lo racional, llamada corteza prefrontal, región que termina de desarrollarse finalizada la adolescencia.
“Nuestros cerebros experimentan una reorganización masiva entre los 12 y los 25 años, presentándose así como una especie de cerebro en construcción. Si comparamos el cerebro de un adolescente con el de un adulto nos damos cuenta que una región específica del cerebro llamada la amígdala, la cual es responsable de las reacciones instintivas, incluyendo el temor y el comportamiento agresivo, está desarrollada en un adolescente, sin embargo si miramos la corteza prefrontal, región cerebral encargada de la gestión y regulación de todo lo que acontece en el resto del encéfalo, en un adolescente está muy inmadura, motivo por el cual son tan impulsivos, temperamentales y se regulan emocionalmente tan mal. Y es que su corteza prefrontal, estableciendo un símil tecnológico, está actualizando sus aplicaciones y reorganizando su cableado neuronal para convertirse en un cerebro más equilibrado y adaptado a la etapa adulta”, aclara.
Espinas dendríticas
Además, durante la pubertad, la densidad de las espinas dendríticas, pequeñas estructuras neuronales que reciben señales de los axones en la corteza prefrontal, es de dos a tres veces mayor que la de los adultos, lo que aumenta la capacidad de adaptación del cerebro para realizar cambios basados en la experiencia durante la infancia y la adolescencia.
“Estas sinapsis se van podando gradualmente a lo largo de la adolescencia, estabilizándose hacia los 25 años. Junto con la adecuada mielinización, está plasticidad sináptica es fundamental para la función de la corteza prefrontal adulta”, sostiene.
El investigador advierte que este tránsito a la adultez es una etapa de extrema vulnerabilidad para el desarrollo de enfermedades mentales como estrés crónico, trastornos de ansiedad, depresión, esquizofrenia, bipolaridad y trastornos alimenticios. Asimismo, agrega que si bien hay una carga genética que predispone al individuo a desarrollar distintos trastornos cerebrales, en muchos casos estás enfermedades no se gatillarían si no media un factor externo.
“En nuestro laboratorio hemos dedicado nuestros esfuerzos a entender las bases neurofisiológicas que subyacen a la función de la corteza prefrontal y las estructuras cerebrales asociadas”, señala.
Dormir saludablemente
Para un óptimo desarrollo cerebral, el académico recomienda hacer actividad física, tener una alimentación saludable y dormir entre 9 a 10 horas en el caso de los adolescentes.
“Los jóvenes no son flojos. Desde el punto de vista fisiológico dormir las horas adecuadas es una condición muy importante y saludable. En promedio deberían dormir entre 9 a 10 horas en promedio, porque la melatonina, la hormona del sueño, en ellos aumenta más tarde que en niños o adultos. Si el joven se queda dormido a la medianoche y debe estar en clases a las 8 de la mañana, solo duerme entre 6 a 7 horas. El déficit de sueño crónico trae consecuencias, como problemas en la atención y concentración, aumenta la impulsividad e irritabilidad y el mal genio, lo que podría conducir a trastornos depresivos. Hace falta más inversión e incluir temáticas de salud mental y de prevención en nuestro sistema educacional y programas escolares”, releva.